Roberto Peloni se juega con aceptación en el drama
La trágica obra de teatro del dramaturgo noruego Henrik Ibsen, escrita en 1884, ha sido adaptada correctamente y se presenta en la época actual manteniendo su esencia. Es un melodrama que nos invita a reflexionar sobre la felicidad, las verdades y lo inimaginable que pueden ocultar los integrantes de nuestro propio hogar.
Se narra la historia de un joven de buena familia que tiene como objetivo primordial cumplir con los ideales sociales, aun por arriba de la verdad, para lograr paz interior y alcanzar la felicidad. Pero el encuentro con un amigo le abrirá los ojos y todo su pequeño y perfecto mundo se caerá.
Es una puesta vanguardista, sin escenografía, con un cuadrilátero maravillosamente iluminado, donde los actores entras y salen para realizar su labor, bordeado con algunas sillas. En el delimitado espacio hay un sofá oscuro como los personajes de esta ficción. Lo cierto es que los protagonistas de la historia no son simples personas sino que esconden un vacío interior, a excepción del vecino o el padre que caza patos salvajes, quienes aportan algo de comicidad y rompen el asfixiante y dramático clima, que crece imparable desde el inicio.
La dirección de Roberto Peloni es precisa y coordina con acierto un grupo actoral parejo que a veces entra en la sobreactuación. Es interesante la visión de personajes tan dispares en edades como sus personalidades, algunas bastante ambiguas, en una dramaturgia con tintes filosóficos, emociones e intereses misteriosos.
Actúan: Jorge Almada, Ayelen Barreiro, Enrique Cragnolino, Tania Marioni, Gustavo Masó, Roberto Peloni y Facundo Rubiño –
Iluminación: David Seldes –
Música: Ana Victoria De Vincentiis –
Autor: Henrik Ibsen – Dirección: Roberto Peloni
Funciones: Lunes a las 21
Teatro Border. Godoy Cruz 1838 – Cap.
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